"...¿cómo es posible que el Congreso no deja gobernar al presidente, por cuestión de mermelada?...".
Por: Sergio Ramírez López
El mundo está cambiando a pasos agigantados y no cabe la menor duda que los pueblos todos exigen nuevas modalidades de convivencia y las antiguas estructuras sociales, políticas y económicas, son enjuicidas cada día con mayor vehemencia y parece que las multitudes aupadas por las redes sociales desean a toda costa eliminar de un tajo las reglas que permitieron crecer y desarrollarse a nuestros antepasados.
Es claro por ejemplo, que se critica en materia política y económica, el neolibe-ralismo, que según parece, llevó al desastre a la república de Chile, que se creía tan voyante, pero no ha sido así. Igualmente, en Nicaragua, se cansaron del modelo socialista que Daniel Ortega ha querido imponer como solución a los problemas sociales, económicos y políticos del pueblo, pero no ha sido así. En España, fracasan los partidos políticos y el gobierno no ha podido establecer alianzas fuertes que le permitan avanzar en sus programas prometidos para reivindicar a las clases menos favorecidas, cuando el país se dabate en la incertidumbre por razón de modelos económicos obsoletos, inclusive en donde se creían fuertes, ya se siente el fracaso, como el caso del turismo.
Y Colombia no está exento de esta crisis mundial, donde todo se cuestiona, y por lo tanto ya no hay partidos sino alianzas programáticas, con el fin de mantenerse o acceder al poder. Lo vimos en las pasadas elecciones, en donde me impresionó la inmensa cantidad de gente aspirando a concejales, a los cuales no se les notaba la más mínima preparación académica, social y política. Y me preguntaba de otro lado, ¿cómo es posible que el Congreso no deja gobernar al presidente Duque, por cuestión de mermelada?.
Hace poco leía en un informe de prensa, algo sobre la necesidad de recuperar la ética política para volver a los viejos cauces de la dignidad de la persona, dejar de lado la mezquindad, la corrupción y restablecer el Estado para el pueblo. Urge un giro de ciento ochenta grados, pero todavía se ignora, quién o quiénes, pueden liderarlo.