¿Quién es Diana Pérez?
Soy una mujer ecléctica y profundamente curiosa. Desde muy joven he sentido una inclinación natural por el arte y la cultura, territorios que han marcado mi vida personal y profesional y que hoy me consolidan como una gestora cultural integral.
¿Dónde nació y cómo fue su formación académica?
Nací en Tuluá, ciudad a la que siempre he estado ligada. Mi formación es diversa: estudié tanto en colegios públicos como privados, lo que me permitió conocer distintas realidades educativas. Mi camino académico continuó en el exterior: en Inglaterra cursé un máster en Gestión Cultural en el Barry College; en Francia realicé estudios teatrales en la Universidad París VIII de Saint-Denis; y recientemente culminé un máster en Nutricionismo Vivo.
¿Cómo llegó a ser protagonista de la película colombiana SAL?
Mi llegada a SAL fue poco convencional. El director William Vega realizaba una búsqueda muy específica para ese personaje. Yo había conocido previamente a Juan Carlos Romero durante un seminario de cine colombiano realizado en Tuluá. En el cierre de ese encuentro se proyectó La Sirga, película de William Vega, y allí se dio el primer contacto. A partir de ese momento, el director quedó interesado en mí.
¿Por qué William Vega la escogió para el papel?
Más de dos años después de aquel encuentro, cuando el director ya tenía definidos los dos personajes principales, inició la búsqueda y se contactó nuevamente a través de Juan Carlos Romero y no hubo casting: fue una decisión directa basada en esa conexión inicial.
¿De qué trata la película SAL?
La historia es casi autobiográfica. Narra la vida de Eraldo Romero, actor de teatro oriundo de Pasto, quien pierde a su padre a los dos años. En esa búsqueda simbólica, emprende un viaje por el desierto en motocicleta, sufre un accidente y se encuentra con dos personajes que transforman su camino. La historia se desarrolla en el desierto de la Tatacoa. Es una película profundamente filosófica, donde el tiempo y el espacio parecen suspendidos, y donde emerge una mujer fuerte, ruda, cazadora, que provee lo necesario para sobrevivir.
¿Cómo fue la experiencia de filmar en el desierto de la Tatacoa?
Fue un gran desafío. Trabajar a temperaturas cercanas a los 40 grados durante jornadas de hasta 12 horas, con un presupuesto mínimo que no permitía errores. La continuidad de las escenas dependía incluso de que el clima se repitiera. Sin embargo, fue una aventura inolvidable. Uno de los momentos más impactantes fue observar la Vía Láctea a simple vista, sin telescopios. La inmensidad del cielo provocó un silencio colectivo cargado de asombro. Un recuerdo que aún hoy me eriza la piel y al que deseo volver muchas veces.











