Si algo hay que defender con vehemencia en la cultura occidental y cristiana es la familia tradicional, es decir, padre, madre e hijos. Nadie discute que vivimos en una sociedad relajada, que no quiere responsabilidades conjuntas, donde se defiende la independencia en aras del libre desarrollo de la personalidad, donde se dejará a los niños que definan por sí mismo su propia sexualidad, donde las parejas del mismo sexo aceptan la adopción filial, donde se alquilan vientres para gestar niños de otros, en otras palabras, desaparecen las costumbres y valores que recibimos desde la cuna, para ingresar a una nueva sociedad fría, calculadora, relativizada y anárquica, tal como lo estamos viendo, en donde la gente no sabe qué creer, qué pensar, se perdió la confianza en el otro, pues la mentira y el fraude es el común denominador alrededor del mundo entero. Y por supuesto, se perdió la Fe en Dios para buscarse otros dioses, entre ellos, el dinero, el placer, la sexualidad, la diversión, todo centrado en el hombre horizontal, sin mirar hacia arriba.
La incertidumbre en que se encuentra el hombre, obedece a su incapacidad de amar, queriendo huir del sufrimiento, nunca estará satisfecho, entendiendo el amor no como un simple placer sexual que también se acaba, sino como nos mandó Jesucristo:” amaos los unos a los otros, como Yo os he amado” Y ¿cómo ha amado Jesucristo?: dando la vida, sirviendo y sufriendo sin quejarse, como una oveja cuando va hacia el matadero. Pero nadie quiere sufrir, sólo el que tiene el Espíritu de Jesucristo, podrá amar de verdad.