María del Carmen Encarnación Rodríguez es una mujer de 49 años de edad que, desde los 10, viajó a la Villa de Céspedes junto a sus padres y sus cuatro hermanos “a echar raíces”, decisión que fue motivada por sus abuelos paternos, quienes vivían desde años atrás en esta región.
“Ensayé, me gustó y me quedé”
Antes de empezar a barrer las calles de esta ciudad, María trabajó en un vivero en Cali, donde tenía personal a su cargo.
“Era una buena oportunidad laboral, pero cuando dijeron que iba a empezar a funcionar una empresa de aseo en Tuluá, mi mamá me llamó para que regresara, mis niños estaban todavía pequeños, entonces aproveché unas vacaciones; ensayé, me gustó y me quedé”, recuerda.
Pero esta divertida mujer dice con sinceridad que, más que andar con una escoba recogiendo basuritas de las vías, le gusta ver una ciudad que cambia constantemente, con barrios nuevos, con recorridos distintos.
Anécdotas tiene muchas, pero tal vez una de las experiencias que recuerda con especial cariño es la forma en que es recibida en ciertos sectores.
“La gente me llama por mi nombre y rompiendo todo protocolo de seguridad recibo el juguito, la aguapanela con limón, el vasito con agua y hasta uno que otro plato de comida que sin pedirlo me brindan esas personas que no solo valoran lo que hago, sino que me han tomado aprecio”, cuenta sonriente.
María, la trabajadora, logró sacar adelante, y solita, a sus cuatro hijos y asegura que, a pesar de sus ocupaciones, ha tenido y tiene todo el tiempo del mundo para aconsejar a quien lo necesite.
Su energía es vibrante, se le nota al hablar, además porque se siente orgullosa del trabajo que realiza y de recibir una buena remuneración por una actividad que solo es de medio tiempo.
No todo es color de rosa
Unas son de cal y otras son de arena, dice María, pues así como tiene un montón de motivos para sentirse a gusto también hay veces en las que reconoce que corre todo tipo de riesgos.
“Por ejemplo, cuando me sale al paso un perro bravo, cuando pasan rápido los vehículos a mi lado o cuando la gente no hace una disposición correcta de los residuos, sobre todo los de material biológico”, expresa.
Y es por la anterior razón, que la empresa tiene vigente desde hace varios años una campaña que se denomina “Te cuidas, me cuido”, a través de la cual se busca sensibilizar a la comunidad sobre la importancia de depositar en la basura, de manera correcta, los vidrios, jeringas y, ahora con la pandemia, los tapabocas o guantes para evitar poner en riesgo, no solo a los operarios, sino a todas las personas que de una u otra manera tienen contacto con las bolsas de desperdicios.
“No es una tarea fácil, porque más que de una sanción, se requiere de la voluntad y de la responsabilidad social de las personas cuando arrojan la basura”, enfatiza.
En Tuluá, son 110 las personas que se dedican a la actividad de barrido, 50 de las cuales son mujeres.
Las rutas que realizan varían, dependiendo del día, pero cubren toda la zona urbana, a excepción de tres sectores donde no los dejan ingresar como son los barrios San Francisco, La Cruz y La Inmaculada.
“Me he encontrado de todo…”
En sus recorridos diarios, reconoce María, se ha encontrado todo tipo de elementos tirados en las calles.
“Muñecos con alfileres, con ajos en el cuello, que uno sabe que tienen un propósito de maldad; también monedas, llaves, ganchos, moñas y años atrás hasta billeticos”, dice sonriente y tras hacer una pausa continúa “o la situación ha cambiado o la gente ya es más cuidadosa porque con el paso de los años no me los he vuelto a encontrar”.
María del Carmen vive en el barrio La Quinta junto a dos hijas y dos nietos. Sabe que ahora por temas de pandemia debe extremar las medidas de protección, y que “toca” decirle no al fresquito que le brindaban con tanto cariño.
Lo que sí no para de hacer, así sea detrás del tapabocas, es regalar sonrisas y decir que Dios los bendiga a todos aquellos que la siguen tratando con el mismo respeto que ella hace su trabajo desde que tenía 26 años de edad.