Como el atracador que aborda a su víctima con la amenaza, suenan quienes durante la pandemia, que va en su peor momento y nos tiene como el penoso epicentro en Suramérica, advierten sobre la gravedad de cerrar la economía a pesar de las cientos de muertes diarias a manos del virus. O como quienes frente al inédito estallido social que empezó con el paro del 28A, pegan el grito en el cielo por los bienes públicos y privados que se estropean o por la obstrucción de la libre circulación, pero no dicen absolutamente nada sobre las decenas de muertes, más de 100 desparecidos, y cuerpos desmembrados de manifestantes.
Asistimos a una banalización del mal donde importa más la plata que la vida misma, síntoma de una sociedad enferma alimentada por agencias de desinformación propiedad de los grandes detentadores del capital en el país.
No se trata de balancear vida y economía. No, se trata es de respetar la vida de cualquiera, incluyendo la del policía que recibe la orden de atacar letalmente la primera línea que ya ha sido baleada por la nueva parapolicía que se ha paseado en sus camionetas Toyota por los puntos de resistencia. Salir de la espiral de violencia implica dialogar con los contrarios así carezcan de acreditaciones jurídicas, y solo abandonarlo cuando se han llegado a acuerdos. Lo otro es incendiar el país, y sostener insensateces como que los bloqueos son prohibidos cuando el mismo ordenamiento constitucional y jurisprudencial, nacional e internacional, los avalan siempre que sean proporcionales, no violentos y no prolongados en el tiempo (“Los bloqueos no deben ser violentos…” es el video de Youtube en el que Caracol noticias me entrevistó acerca del tema); o que en una protesta no se puede aceptar la disrupción de la vida cotidiana cuando el fin es llamar la atención del gobierno de turno, que ahora pretende ingenuamente que existan “protestódromos”. Si hubiese sensatez, Duque dialogaría y abriría la representación de los sectores marginados que protestan, pero no se le pueden pedir peras al olmo, por lo que hay que concentrarse en la preservación de la vida de los manifestantes que están intentando desaparecer, y preparar el 2022 para salir a votar por los que no nos gobiernan pero deberían estarlo.