Desde hace varias décadas, el medio ambiente ha sido una preocupación mundial, pero posiblemente, la época actual corresponde a uno de los momentos más críticos del asunto en cuestión. En efecto, el calentamiento global debilita las esperanzas de un equilibrio planetario mayor y difumina los esfuerzos de las Naciones Unidas, registrados por lo menos desde la década del 70, encaminados a facilitar la adopción de medidas de contingencia, tendientes a morigerar el cambio climático y a desarrollar fuentes de energía distintas a la quema de combustibles fósiles para sustituirlas por otras como la hídrica o la eólica, por ejemplo. Dichas medidas, en ocasiones parecieran ser insuficientes y peor aún, no constituyen soluciones inmediatas. Los deshielos en la Antártida; los incendios sistemáticos en ciertas zonas de las Américas y de Europa; la contaminación generada por químicos, entre otros, incrementan las olas de calor en diversas partes del orbe, generando con ello desolación y muerte.
El problema anterior requiere mayor compromiso del Estado, del sector industrial y desde luego mayor conciencia ciudadana, como alternativas que contribuyan a frenar sus efectos nocivos y evitar de este modo que nuestros páramos y bosques se conviertan en escenarios desérticos desprovistos de agua, donde difícilmente puede germinar la vida y la esperanza.
El regreso de los Estados Unidos al Acuerdo de París, una de las acciones más notables de Joe Biden frente a las polémicas decisiones ambientales que tomó su predecesor Donald Trump y el liderazgo de países que tienen notoria ventaja financiera para fomentar la investigación académica y científica, constituyen un avance significativo en la lucha mundial en pro del medio ambiente. Desde luego, se requiere, además, como se dijo, un mayor esfuerzo y compromiso ciudadano individual y colectivo para generar nuevos hábitos, que permitan procurar un ecosistema más apto para el bienestar de la humanidad.