En los territorios de su influencia militar e ideológica los elenos fortalecían su accionar bélico y asumían estrategias que le permitieran actuar sin compartir sus espacios con otros grupos en armas.
Esta conducta, los llevó a planear una escalada de exterminio contra el frente 33 de las disidencias de la extinta FARC, donde al mejor estilo paramilitar buscaban casa por casa y lista en mano a firmantes de paz, a miembros de la UP y, en general a civiles ajenos a la confrontación, acusándolos de colaborar con su coyuntural enemigo.
La degradación del conflicto llevó al desplazamiento de por lo menos once mil personas en búsqueda de refugio en las zonas urbanas de la región, llegando tres mil de ellas a las ciudades de Ocaña y Tibú y por lo menos ocho mil a la capital, Cúcuta, ciudad que se encuentra enfrentando por este motivo una crisis humanitaria sin precedentes, y resolviendo en parte la misma gracias a la solidaridad de todos los cucuteños que han aportado paquetes de comida y de productos de aseo, para resolver el día a día, de sus paisanos víctimas colaterales de la contienda.
Por otra pare, la Defensoría del Pueblo habla de por lo menos ochenta personas asesinadas, mientras el ejército ha tenido que emplear sus equipos aéreos para rescatar a líderes sociales y a sus familias perseguidos por el ELN.
Desde la escalada paramilitar propiciada por el Centro Democrático bajo el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, Colombia no sufría un embate de barbarie como la propiciada por un grupo en armas que paradójicamente inició su beligerancia amparado en los postulados de la Teología de la Liberación, con militantes sacerdotes como el padre Camilo Torres Restrepo.