En un video que ha circulado ampliamente, Myriam explicó que no solo se dedica a espiar y escuchar historias por curiosidad, sino que ha establecido tarifas: $5.000 para “chismes suaves” y $10.000 para los más “jugosos”. Su método consiste en observar lo que sucede en su vecindario desde la puerta de su casa y registrar cada detalle en una libreta.
Myriam, que se ha autodenominado “detective del chisme”, incluso cuenta con un tablero en su habitación donde coloca fotos de sus vecinos involucrados en supuestos casos de infidelidad. Según ella, esta información se vende al mejor postor, y a veces, algunos vecinos prefieren pagarle para que guarde sus secretos.
El fenómeno ha suscitado opiniones divididas en las redes sociales. Mientras muchos lo consideran una forma divertida de emprender, otros advierten sobre los peligros de exponer la vida privada de las personas, sugiriendo que tales revelaciones podrían provocar conflictos serios en la comunidad.
Aunque la veracidad de las declaraciones de Myriam no ha sido confirmada y el video parece tener un tono de entretenimiento, su historia ha abierto un debate sobre la delgada línea entre el chisme y la invasión a la privacidad, dejando a muchos preguntándose hasta dónde puede llegar el deseo de saber y contar.