Recuerdo a mi padre levantándose temprano, duchándose apresuradamente y pidiendo un tinto cargado para desayunar. Luego, se iba a la ventana a suspirar y recordar los buenos tiempos.
“Todo tiempo pasado fue mejor”, decía, recordando cuando nos abrazaba a los 12 hermanos y se demoraba en repartir los abrazos, pero aún así le quedaban muchas horas para trabajar y hasta para tomar unas cervecitas con sus amigos.
Mi madre también recordaba en silencio, intentando acallar sus pensamientos mientras pasaba la escoba por la casa. Miraba el reloj para ver si era hora de preparar el almuerzo o escuchar las novelas de radio.
Luego, se dirigía al restaurante Bola Roja, negocio que apoyó en grande al sostenimiento de la enorme familia que conformó. Recordamos, añoramos y sonreímos al pensar en los buenos tiempos. Pasábamos días espectaculares cuando nos reuníamos, cantábamos, bailábamos y mi mamá nos regañaba por la bulla. Sin embargo, no todos comparten la idea de que “todo tiempo pasado fue mejor”.
Los recuerdos también pueden ser negativos, y nuestra naturaleza tiende a filtrar el pasado para recordar solo lo bueno. Pero recordar es un truco de la mente. Si estamos tristes, evocamos episodios más amables para aliviar situaciones difíciles.
Mi padre decía que el pasado nos sirve para recordar cosas maravillosas, para evocar lo bueno y lo malo, y para aprender de nuestros errores. Pero también es importante no quedarse viviendo en el pasado, porque eso nos impide adaptarnos y avanzar.
Por esa razón, la semana pasada saqué varias bolsas de basura llena de objetos innecesarios, de los que no había querido deshacerme, porque por fin entendí que ahí no está el secreto de ir al pasado.
En resumen, recordar es importante, pero también lo es vivir en el presente y mirar hacia el futuro. No debemos quedarnos atrapados en el ayer, sino aprender de él y seguir adelante.