Hace una semana que concluyó la Copa América y todavía quedan los rezagos, especialmente de aquellos quienes aún creen que perdimos por el árbitro, la Conmebol o la FIFA.
Aunque no se puede desconocer que esas instancias tratan de favorecer siempre a quien más les convenga, por múltiples y poderosas razones, como aquello del marketing, la publicidad y el dinero que rodean estos grandes eventos, que dejaron de ser mera actividad física y deportiva para convertirse en verdaderas fábricas de millones de billetes, de dinero por montones, tanto para ellos (directivos) como también para muchas de las figuras de clubes y selecciones.
El certamen para nuestro país no pudo ser mejor. En materia económica le llevó beneficio a muchos emprendimientos que han visto crecer sus ventas en algún porcentaje importante, especialmente por el consumo de bebidas, de alimentos, principalmente carnes asadas y comidas rápidas, pero también muchos vendedores informales de vuvuzelas, camisetas, banderas, etc.
En materia deportiva, el combinado nacional obtuvo una muy destacada participación en este torneo centenario, ya que por tercera oportunidad disputamos una final de Copa América, las otras dos fueron en 2001, en Bogotá, donde el equipo se coronó campeón ante México, el único título obtenido.
La otra final fue disputada por la Selección Colombia en 1975, quedando en segundo lugar detrás de Perú.
Fue un gran torneo, desde el Mundial de Brasil en 2014 no se vivía una fiesta futbolera de esa magnitud y expectativa en el país. El equipo jugó en buena manera, lástima que el máximo trofeo quedó en manos gauchas.
Pero no faltó el aporte infortunado, el de aquellos que se las quieren dar de ‘vivos’ en todas partes. Argentinos y colombianos, pero lamentablemente en mayor cantidad los nuestros.
Hacemos referencia a las bochornosas imágenes que se difundieron sobre lo acontecido en la parte exterior del estadio donde se jugó la final.
Y el moño que hacía falta, el propio Ramón Jesurún, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, junto a su hijo, se vio envuelto en un escándalo de grandes proporciones.
Es decir, ¡cerramos con broche de oro!