Por esos días, cuando la “vieja” Laura camina por los senderos del olvido y su memoria empieza a convertirse en un espacio donde los recuerdos son solo fragmentos de su vida, llegan a mí múltiples momentos vividos y que, aunque pocas veces se lo dije, hicieron que la admirara por su fortaleza, el amor a su familia e incluso el acatamiento de normas que la sociedad machista de antes imponía a las mujeres sometidas a todo tipo de maltratos físicos, verbales y emocionales.
Verla hoy caminar lentamente como si meditara cada paso, hace que mi mente reconstruya a la mujer valerosa que, según me contaba, trabajó en labores del campo hasta un día antes del parto que me trajo al mundo o caminando por los surcos de algodón llevando ceñida a su frente una banda de cabuya y a sus espaldas una pesada lona que, incluso, igualaba sus escasos 1.35 de estatura.
A pesar de las dificultades que afrontó desde niña, como joven y luego mujer adulta nunca le escuché renegar y hasta el último instante estuvo al pie de mi padre a quien perdonó y atendió con una sumisión que hoy causaría ácidos comentarios en los movimientos feministas. Cuando ya la vida se le empieza a acabar debo decir con orgullo que el buen Dios me premió con una madre excepcional, una mujer humilde que nos enseñó que la honradez era el más preciado valor del ser humano y que el respeto a los mayores es la carta de presentación de cualquier persona, valores que hoy intento transmitir a mis hijos como el gran legado de Laura Felicitas Concepción Quintero Andrade como la bautizaron en su natal Samaniego.
Por esos días en los que he reflexionado sobre la existencia humana quiero decirle a quienes leen esta columna en la edición impresa o en la plataforma digital de EL TABLOIDE que valoren a sus viejos y quien tenga al papá o la mamá con ellos, no desperdicien estos instantes de sus vidas, pues cuando el ocaso llega todas esas vivencias ganan importancia y es lo que al final nos queda frente a una realidad que un día cualquiera nos tocará afrontar. Hoy le pido a los que siguen esta Columna a que me acompañen con una oración para que el tránsito final de mi “vieja” Laura sea lo más digno posible, pues les aseguro, ella se lo merece y es hora que la pesada cruz que ha llevado por 84 años quede guardada para siempre.