Dentro de la tradición judeocristiana en que nos educaron, el nombre de Sansón ha servido para una y otra reflexión de rabinos y sacerdotes a la hora de predicar. Su leyenda, la de haberse dejado cortar el pelo de Dalila, la filistea que lo embrujó para quitarle la fuerza monumental de que gozaba, ha servido para todas las generaciones y civilizaciones que se hicieron leyendo la Biblia.
Por estos dias en Colombia, cuando el país se ha ido acostumbrando a ver a su presidente usando gorra juvenil para taparse la cabeza, pelada o remendada, las especulaciones sobre la causa que ocasiona tal uso de gorra, han servido para pasear a Petro entre las greñas que le cortaron a Sansón y las interpretaciones herejes de la senadora Maria Fernanda Cabal.
Pero aunque el embajador en Londres, Roy Barreras, se ha tranzado en una batalla verbal explicativa con la senadora para disipar los rumores sobre la gorra permanente y la cabeza pelada del presidente, ninguna de las feroces lenguas chísmicas bogotanas ha sido capaz de levantar un pedestal más contra Petro, imaginando la causa de su falta de pelo.
Por supuesto, hipótesis han corrido muchas, desde las que lo sitúan soportando la calvicie que genera una tratamiento de quimioterapia hasta las de cirujanos estéticos que han aseverado que se trata de un tratamiento contra la alopecia, es decir, que le estarían haciendo trasplantes de pelo. Todo puede ser posible y si la vanidad que cada ser humano posee en distintos grados, no lo impidiera, los colombianos habríamos sabido la razón por la cual el presidente usa gorra.
Mientras eso sucede y Petro baje de su pedestal para informarnos como jefe de estado cuál es la razón de sus maluquerías y calvicies, dejemos que corra la exageración lenguaraz de que al presidente le pasa lo mismo que a Sansón y que después del 1 de mayo, sabrá si perdió la fuerza con la que siempre soñó, amenazó y hasta asustó: la popular.