Eran tiempos donde todos vivíamos en la inocencia y todo era una gozadera”, comenta este personaje que se declara tan tulueño como el cerro de El Picacho.
Su llegada al parque
Su vida como vendedor de confites inició cuando don Rafael, quien era el dueño del puesto falleció y su hijo lo alquiló a varias personas hasta que uno de sus hermanos, Ricardo Valencia Oviedo, decidió comprarlo.
DATO: En 450 mil pesos le compró el carro de dulces a su hermano Rafael hace ya cerca de 33 años.
“Él inició con la venta, pero como le gustaba el juego de bingo quebró con el negocio a tal punto que lo iba a cerrar y yo que estaba sin trabajo decidí quedarme con el “carrito” y gracias a Dios no se me ha embolatado la comida”, comenta el hombre de baja estatura y con un humor negro y para muchos urticante.
Desde ese sitio privilegiado frente a la desaparecida fuente de soda Espumas y a unos pasos del Teatro Boyacá que se incendió hace más de 40 años, Octavio ha sido testigo de excepción de infinidad de eventos y situaciones, pues como él mismo se define suele ser chismoso o comunicativo.
“Si yo le contara todo lo que he visto u oido no alcanzarían las páginas de EL TABLOIDE y a lo mejor correría peligro la vida”, dice Valencia Oviedo que con más de 70 años vividos conserva una vitalidad y salud admirables.
La clave para permanecer sano se traduce en la tranquilidad con la que decidió vivir hace ya varios años, apegado a su fe propia y a entender que no necesita más de lo que se gana para estar bien.
“Es claro que los tiempos han cambiado y las ventas de ahora no son ni la mitad, pero estando aquí todos los días me levanto la platica para vivir”, asegura y añade viendo la gente que va y viene o enterándose de uno que otro chismecito que le cuentan o que escucha al parar oreja a las conversaciones de los clientes que le compran ahí los minutos de celular, otra unidad de negocio que según él va en decadencia.
Además de la venta de dulces, Octavio Valencia Oviedo es conocido porque durante muchos años vendió las estampillas para adelantar los trámites en el sector público.
“Por más de 30 años le presté ese servicio a la gente de Tuluá y la región, pues se nos permitía comprar los paquetes y distribuirlas, pero ahora ya no es posible pues la modernidad y la tecnología nos desplazaron a quienes ejercíamos esa actividad”, precisa.
Y es que ahora ese trámite se debe hacer personalmente por parte de los usuarios que adelanten las diligencias ante los despachos oficiales.
“Por eso amigo periodista yo le digo que sigo acá porque a mi edad no hay nada más que hacer y además me entretengo mucho hablando con los clientes que llegan a diario a comprar o a esperar que las horas pasen”, dice este personaje de la cotidianidad tulueña.
Una de las cosas que más añora “el dulcero” es el parque Boyacá de antaño.
“Ese parque era muy bonito con la fuente de los sapos, la arboleda, las bancas en granito y la tranquilidad que se respiraba”, recuerda quien pasa gran parte de su jornada diaria en este lugar.
Reconoce el esfuerzo que este año hizo el alcalde John Jairo Gómez para recuperarlo y darle un nuevo aire sacando de allí a quienes lo habían convertido en un cartucho.
“Hay que reconocerle a JJ el trabajo, pues hoy el parque está muy bonito, agradable, le falta un poco de sombra, pero ya se puede cruzar en la noche o en la madrugada sin temor de ser atracado”, añade.
El legado de EVO
Uno de los momentos más tristes de su vida fue sin duda el vivido con la muerte de su hermano Eliécer Valencia Oviedo, un aguerrido líder sindical que siempre trabajó por la defensa de los maestros de Tuluá.
“Esa era una muerte que muchos habían pronosticado, pues EVO era beligerante, directo y frentero que no se quedaba callado ante las injusticias y a quien lamentablemente dejaron solo”, comenta Octavio con un asomo de nostalgia.
“Una intimidad que puedo contarles es que meses antes tuve una fuerte discusión con él porque le reclamé y le reiteré que dejara ese tema del sindicalismo e incluso estuvimos a punto de irnos a las manos, pero mis advertencias no las escuchó y un 21 de agosto de 2004 lo silenciaron”, añadió.
Hoy siente que el legado de su hermano Eliécer se perdió y la protesta social perdió una voz y un discurso poderoso que levantaba las tribunas.