El próximo miércoles 14 de febrero, la iglesia universal inicia el tiempo de cuaresma que nos prepara para la celebración del misterio pascual de Cristo con su pasión, muerte y resurrección. Y este tiempo, que ha de ser un tiempo de reflexión, de oración, de encuentro con Dios y de conversión, se inicia con la imposición de ceniza en la cual se nos invita a volver el rostro a Dios a vivir plenamente nuestra vida de fe en el amor a él y a nuestros hermanos.
Sin embargo, para muchos de los llamados católicos, la ceniza se ha convertido en una tradición, una costumbre, en una especie de amuleto para la buena suerte y que según ellos “si no me la pongo me va mal el resto del año” y ha perdido el sentido que ese signo tiene que tener para aquellos que, queremos hacer una opción radical por el señor y por el fortalecimiento de nuestra vida espiritual y de los valores del evangelio que tanta falta hacen en la sociedad de hoy.
Asistir al templo para ponerse la ceniza quiere decir que yo quiero iniciar un camino de conversión, de vivir plenamente los mandamientos, de vivir un encuentro de amor con los más necesitados, de fortalecer mi vida de oración y de participar activamente de mi vida sacramental y por lo tanto no es un amuleto de buena suerte.
Por eso, durante este tiempo de cuaresma la iglesia, a través de la liturgia de la palabra, nos va ir mostrando el camino para ir muriendo al pecado para resucitar con Jesús, en las próximas fiestas pascuales, a una vida nueva en la cual, el centro de nuestra vida sea Jesús que nos invita a amarlo a él de todo corazón, a amar a nuestros hermanos como nos amamos a nosotros mismos, en el servicio desinteresado en medio de sus necesidades.
Así pues, celebrar el miércoles de ceniza es hacer una alto en el camino para orar, meditar en cómo estamos viviendo nuestra fe y en acercarnos de verdad a Dios para alcanzar la paz que tanto anhelamos.