El presidente Petro asumió en plenitud, dentro de la importancia del foro de Davos, su pretendido papel de líder mundial de la lucha ambiental. Esa peligrosa aunque atrevida dignidad la asume al decir allí, en la fría ciudad suiza, delante de presidentes, ministros de hacienda y banqueros de todo el mundo que Colombia, en solitario, ha adoptado y ratifica la prohibición para que se exploren fuentes de petróleo, gas y carbón en su territorio.
Si la humanidad hubiese encontrado la panacea que reemplace los combustibles fósiles y no dependa más de la explotación y refinación de ellos para mover sus vehículos, cultivar la tierra o surcar los cielos, la determinación del presidente de Colombia sería aceptada y hasta aplaudida.
Pero que sea solo Colombia, un país que contribuye a la contaminación mundial con un mísero 0.37 % por usar derivados del petróleo y carbón, suena a actitud religiosa y quizás heroica pero no a sensatez. Cuando la ministra Vélez nos dijo por primera vez esa propuesta que revolcó al país, se la atribuímos toda a ella.
Pero el paso de los tiempos nos ha mostrado que la terca insistencia era del presidente Petro, porque ante los ojos del mundo no busca más que mostrarse como quien es capaz de llevar un país al sacrificio. Si allí en ese foro hubiese dicho que no explotaría más petróleo pero que necesitaba inversionistas que le financiaran la construcción de las hidroeléctricas que el país requiere para la conversión, hoy estaríamos aplaudiendo.
Pero como se lo dije en VIDA, el periódico del gobierno, Colombia se olvidó de las hidroeléctricas del Patía, el Garrapatas, el Atrato o el San Juan. Y no ha podido encontrar tampoco solución económica al problema social de la Guajira para sembrar de molinos de viento toda la península desértica.
Por consiguiente, la actitud solitaria en Davos ni lo vuelve héroe ni lo catapulta como el gran líder mundial de la descarbonización del planeta tierra, ni siquiera como gran gurú de la religión anti extractivista.