Lo que volvió a pasar el fin de semana en Tuluá más parece sacado de una de las páginas de “Las mujeres de la muerte”, mi libro de relatos que captado de la realidad asombrosa que se sigue viviendo en esta ciudad de la que he sido su gobernante y su novelista.
El poder de las mujeres en el trascurrir de la violencia hace parte de las inacabables “Guerras de Tuluá”. Esta vez las cuatro mujeres acribilladas por su esposo, padre y cuñado desbarajustan hasta el más fuerte pero hacen pensar en la magnitud de los conflictos mentales del asesino, en la sed de resarcimiento que pudo haberlo movido o en el ambiente en que haya sido criado o se haya desempeñado en los últimos años.
No se podrá saber mucho al respecto. El parte oficial indica que fue “neutralizado” por los policías que lo interceptaron en la doble calzada que lleva a Cartago cuando conducía una moto.
Las versiones antecedentes al momento trágico en que pistola en mano entra a la casa donde Yulieth Chamorro vivía con sus dos hijas, Dulce María y Helen, abren el abismo que genera toda tragedia y desencadena el mito. Las que oímos parece que han sido contadas por quien estando en la vivienda no solo presenció el horror sino que se salvó porque dizque se le acabaron las balas al incontrolable asesino.
Lo que intuímos es que el vesiánico, un vigoroso negro de Itsmina, fue desplazado como tantos maridos de la relación conyugal. Lo que no entendemos es hasta dónde ese rechazo alcanzó a generar la venganza, absurda y dañina como todas las retaliaciones ,y llevarlo a matar a sus hijas. Si disparó primero contra ellas, pavoroso. Si lo hizo después de matarles su mamá y su tía, más horripilante.
Clasificarlo siquiátricamente sería tan macabro como entenderlo. Deberíamos es conjeturar en la clase de monstruos que estamos engendrando y tolerando en una Colombia donde la envidia y la venganza incubada en quienes nos dirigen o aspiran a hacerlo, nos está matando la patria.