Hoy en día y debido a las regulaciones existentes, no se puede recetar nada más que lo que envía el médico y a pesar del poder curativo de las plantas, la era de la botica ha decrecido.
¿Quién es Gustavo Marín?
El primer farmaceuta de la Blanca fue don Octavio Bejarano, quien dejó de ejercer hace muchos años y se fue de la ciudad en busca de otros horizontes.
El siguiente en ocupar el lugar fue don Javier Urrea, quien tenía como administrador a Gustavo Marín Marín, ahora propietario y protagonista de esta historia.
Don Gustavo es un tulueño casado, padre de dos hijos, egresado gimnasiano que adelantó un año de estudios en Cali para ampliar sus conocimientos en farmacéutica, esfuerzo que lo obligó a viajar tres veces por semana a la capital del departamento.
Al lado de Urrea, laboró durante ocho años como administrador del lugar, pero cuando el jefe decide retirarse, le deja la farmacia para que se la pague como quiera.
Desde ese día ya han pasado 37 años, aunque sumando todo el tiempo de experiencia en otros lugares, lleva realmente 45 asesorando en temas curativos a los tulueños.
DATO: Los paseos en bicicleta hasta Sevilla y Calima es una de sus más grandes aficiones.
Los hijos de Gustavo no siguieron sus huellas; su hija vive en España y su hijo es docente.
“Seguramente no les entusiasmó mucho la idea de pasar largas horas en el mismo lugar, viendo con paciencia el escuchar de mil historias para solucionar uno que otro padecimiento médico”, dice este sabio hombre, quien además afirma, con nostalgia, que hace cerca de 20 años la medicina química empezó a reemplazar los remedios caseros.
“Uno puede recomendar una que otra cosa, una bebida para los nervios o algo para el estómago, todavía se le puede ayudar a la gente con eso”, explica.
Así, amable, tranquilo y con la sabiduría que otorga la experiencia de los años, cuenta que su constancia y perseverancia por salir adelante la heredó de su madre, quien quedó viuda y le correspondió la tarea de criar sola a cuatro hijos.
Tal vez por esa misma razón, dos de sus hermanos también se vincularon al negocio de las droguerías, una de ellas ubicada en el antiguo Seguro Social y donde logró su pensión.
“De vez en cuando viene a acompañarme”, expresa, al tiempo que aclara que su otro hermano también está jubilado de la misma actividad.
Para don Gustavo, las fórmulas se deben manejar con mucha ética y esa es la palabra que le recomienda siempre a las futuras generaciones, por cuanto no se trata sólo de vender un producto.
“Hay que ser muy responsable con lo que se entrega, con recordarle a la gente siempre las dosis, la importancia de no dejarlos al alcance de los niños y de que nunca un medicamento se maneja a criterio propio sino que las dosis hacen la diferencia entre mejorar una condición médica o hasta perder la vida”, enfatiza.
Sobre condones y pandemia
Entre muchas otras cosas, manifiesta con admiración que a las personas ya no les da pena, como antes, de pedir condones, de todo tipo, o cualquier método anticonceptivo.
“Hoy en día es normal y muy frecuente que la gente pregunte sin tapujos sobre métodos anticonceptivos o de prevención de enfermedades de transmisión sexual, porque dimensiona su importancia”.
Con respecto a este año de pandemia indicó que, aunque quiso hacer estragos en el negocio y las ventas se vieron afectadas, ha sabido mantenerse y afrontar las nuevas realidades que trajo consigo el covid-19.
Su compañera constante y fiel es su esposa Esperanza Marín, con quien lleva 47 años luchando por su hogar, sus hijos, y por salir adelante en medio de épocas buenas y también de adversidades, razón por la cual le agradece su apoyo irrestricto.
Las fórmulas médicas
¿Cómo interpretar las fórmulas médicas? es tal vez uno de los interrogantes que más causa curiosidad y hasta bromas entre los farmaceutas porque, entre risas, dice que por poco y se gradúa también de grafólogo, pues pese a lo complicado que se vuelve interpretar la letra de los médicos, ha terminado hasta comprendiendo toda clase de garabatos.
“Con el paso del tiempo uno aprende a entenderlas, además a veces se adivina por el padecimiento que los pacientes le dicen a uno que tiene, pero hay oportunidades en que debemos llamar al médico y decirle directamente: oiga doctor, su letra no se entiende”, cuenta sonriente.
Y es que según lo asegura, “los médicos también se equivocan”, lo dice sin ninguna pretensión, pues manifiesta que, a veces, por las características o edad del paciente se considera que la dosis es un poco alta y ahí donde, con todo respeto, se decide llamar al profesional para indicarle la inquietud.
“Seguramente los años de experiencia y la credibilidad que me he ganado, hace que mi observación sea acertada, porque más que vender medicamentos, lo que ayudo es a mejorar la calidad de muchas vidas”, puntualizó.