Son esa clase de mujeres que a los hombres les gusta, pero que a nosotras nos molesta, porque son aquellas que por todo se ríen, hablan duro, su mirada es penetrante y todo lo que hacen tiene un solo propósito: hacerse notar; son peligrosas y fastidiosas para nuestro género.
Pero como todo hay que decirlo, debemos admitir que la mayoría de las mujeres somos coquetas, las solteras y las casadas, pues el coqueteo es un juego en que las personas intercambian halagos y no es malo mientras se haga con respeto.
Lo malo son las coquetas descaradas, ellas no juegan limpio, ni respetan “la propiedad ajena”.
Un ejemplo de ello es cuando entran a una fiesta y sin importar de quien estén acompañados, los hombres se convierten en trofeos, a los que hay que conquistar con el despliegue de sus encantos y su habilidad para tenderle la trampa. Son muñecas de amor expertas en halagar al sexo opuesto.
Cuando le comenté a una amiga sobre este tema, me dijo: “por lo regular cuando somos coquetas, nos quedamos siempre solas y sin amigos.
Yo era coqueta; entre todas mis amigas yo era la que llevaba la falda más corta, los tacones más altos y el escote más bajo, hablaba provocando y bebía más de la cuenta, los maridos de mis amigas se volvían loquitos, a mí me encantaba ser el centro de atención y hacer rabiar a mis amigas.
Mi marido vivía demasiado ocupado en sus negocios, no notaba mis coqueteos, pero eso luego me pasó factura, las amigas no me volvieron a tratar y muy tarde me di cuenta que me mortificaba no tener ninguna, me empecé a sentir muy sola”.
Pero no todas terminan mal, hay las que logran el éxito y se quedan con los maridos de otras, siendo felices y comiendo perdices, como en los cuentos de hadas.
Eso sí, sin dejar su esencia, porque por ahí dicen que vaca vieja no olvida portillo.
Lo que no he podido entender, es como un hombre, que en la oficina no se deja engañar por nadie, que está verificando todo y que vive cuidándose la espalda, termina dejándose enredar por una coqueta mostrona y muchos hasta terminan en la cárcel por acoso sexual. Vivos bobos, dirían por ahí.