“Yo empecé en este oficio por esas cosas que son de Dios y a través de un hermano que también aprendió el arte de manera accidental, quien se cansó de esperar a que un joyero le cumpliera con un trabajo y que terminó canjeando por enseñanza” comenta Cifuentes.
Recuerda que en unos de sus viajes a Tuluá, pues en sus años de juventud estudiaba en Bogotá, vio a su hermano que era un experto en la orfebrería y sin querer queriendo se fue metiendo hasta que el arte lo atrapó por completo.
“Para mí es apasionante tomar un trozo de oro en mis manos y convertirlo en una joya que luego luzca una pareja de esposos en el altar o en otra ceremonia”, dice este tulueño, tras asegurar que como todos los oficios o profesiones, la joyería demanda estar actualizando los conocimientos, pues las joyas son accesorios que hacen parte de la moda y por ende es algo que cambia y se mueve acorde con las tendencias.