Los pasados 7 y 8 nuestra ciudad y el mundo entero dieron inicio a las celebraciones de la navidad con el tradicional alumbrado, en homenaje a la Santísima Virgen María en su Inmaculada Concepción.
Para muchos fue expresarle a nuestra madre del cielo nuestra devoción y pedirle a ella que interceda por todos nosotros para recibir de su hijo Jesús toda clase de bendiciones y de Gracias y sobre todo, para pedirle que nos de la paz a nuestra atribulada patria.
Sin embargo, para muchos, y tristemente hay que decirlo, fue solo hacerlo para ganar un concurso patrocinado por alguna empresa de la ciudad, lo que permite entender que el espíritu religioso que debe ser típico de esta época se perdió por completo.
En esa noche encendimos una luz de amor y de esperanza que debe brillar el corazón de cada uno de nosotros para poder reconciliarnos con Dios y con nuestros hermanos.
Es necesario que en el corazón de cada uno de nosotros encendamos esa luz que alumbre en cada una de nuestras familias, que como padres y como hijos volvamos a vivir el espíritu de la navidad que no es otra cosa que el amor, la vida familiar, y recuperar los valores de la oración en familia, el sentido de autoridad que como padres debemos fortalecer y de obediencia que como hijos debemos a la autoridad de nuestros progenitores. Es necesario que encendamos una luz en nuestro corazón para dar lo mejor de nosotros mismos en nuestro ambiente laboral, social, académico y religioso pensando siempre en que cada obra que hagamos será recompensada por el dueño de la vida en el momento en que nos encontremos con él.
Esta es la época para compartir con aquellos que más lo necesitan, para dar una voz de aliento a quienes lo requieran, para ser luz, con nuestro testimonio de vida, y para vivir de manera auténticamente cristiana este tiempo de la navidad, donde Jesús, hecho hombre por nosotros, nazca en cada de nosotros.