De niño aún recuerdo los juegos en mi escuela la Ricardo Nieto, la chancarina, la papa chorriada y las bolas de maíz pira con sus colores de anilina dulce. Recuerdo el paseo al rumor, elevar cometas en el barrio Victoria y los paseos en bicicleta hasta La Rivera. Las ferias de Tuluá y al loco Uva y las loteras agarradas de brazo.
Después ya de adolescente, los diciembres de verbena y los bailes de caseta en Nariño después de una tarde de río y sancocho.
Esos lindos recuerdos hicieron que durante mi vida profesional soñara con volver a mi pueblo ya pensionado, a sentarme en una de sus esquinas a tertuliar y comer empanadas, sueño logrado después de 24 años de estar ausente, sueño que de a pocos se fue desvaneciendo entre lo cotidiano y la sensación de inseguridad que nos está tocando vivir a nivel local y nacional. Es difícil asimilar que no estás seguro en el lugar que un día añoraste vivir, es una maldita realidad que petrifica el alma y acaba con La Paz mental, necesaria para ser feliz.
¿Por qué a nosotros? es la pregunta que muchos nos hacemos a diario, ¿por qué no poder terminar nuestros días viviendo sabroso? Pareciera que vivir sabroso es solo para los escogidos por el nuevo Gobierno o para quienes un día fueron nuestros verdugos y hoy gozan de impunidad, curul y sueldo. Así no se puede, hoy nos toca tomar decisiones debido a lo que acontece, es esperar o actuar para sobrevivir con las consecuencias negativas que trae el tener que emigrar hacia destinos desconocidos, ya lo vivieron los vecinos, hoy lo empezamos a vivir nosotros. Duele despegarse del arraigo, duele sucumbir ante unos pocos que se aprovecharon de nuestra cobardía e inocencia para tomarse el poder y por la fuerza llevarnos como oveja al voladero.
Ahora solo nos queda como colonizadores del nuevo mundo traspasar fronteras y con fe y esperanza soñar con que esto será pasajero y que algún día volveremos a sentarnos en ese lugar donde un día pensamos que habíamos logrado el sueño de niños.
Atrás queda lo construido, nuestros conocidos, algunos familiares y nuestros sueños frustrados, por eso ahora que aún se puede, es hora de pedir disculpas porque el presente es culpa de todos nosotros los que pudimos hacer algo y no lo hicimos; perdón que también debemos pedir a nuestros hijos por entregarles una sociedad cada día más desequilibrada, carente de principios y valores, excusas a nuestros padres por no honrar la crianza que un día con sacrificio nos dieron y un lo siento por todo el país que hoy sucumbe ante la maldita realidad.
Ayer fueron los hermanos venezolanos los que con algo de desprecio mirábamos en el semáforo, mañana de no cambiar el rumbo seremos los colombianos que viviremos el karma de nuestras indecisiones y responsabilidades con el país.