En nuestra América, para citar solo nuestras vecindades, podemos constatar lo anterior tomando como ejemplo a pueblos como el mexicano y en buena medida el peruano que se enorgullecen de sus civilizaciones prehispánicas y de los saberes ancestrales, todavía actuales en buena parte de sus territorios.
En nuestra geografía, a pesar de la supervivencia de importantes culturas nativas, pensemos en los Wayúu, en los Arahuacos, en los Nasa, en los Misak, para citar algunas, las élites gobernantes se han distinguido por menospreciar la sabiduría ancestral que permanece vigente en dichas comunidades. Tanto que, hasta la Constituyente de 1990, los pueblos originarios eran considerados salvajes y como tal no pertenecían al orden jurídico vigente en el país, pues no tenían la calidad de ciudadanos. Sus tradiciones, eran consideradas brujería, como todavía lo asume una amplia franja de colombianos, en particular la auto llamada “gente bien”, militante en su mayoría del partido Centro Democrático.
Por eso es tan importante el rescate de nuestros mitos primigenios y en especial el iluminar el corazón de nuestros niños y niñas para encontrar las Semillas Doradas que se guardan en la Montaña del Oso, tal como lo cuenta la creadora de “El guardián de la semilla de oro”, ese hermoso cuento ilustrado por Ana María Ospina, premiado en este año por el Ministerio de Cultura, que pronto veremos en librerías, publicado por la editorial “Ojo de Poeta” y poder gozar de nuestra historia, tal como no lo pide, Tatik Carrión, su autora, y una de sus guardianas.