Cuando llego a un semáforo y veo como muchas personas se ganan la vida haciendo mala-bares o cantando, me lleno de tristeza porque pienso que en cada uno de ellos hay un ser de carne y hueso, que sufre y llora como todos nosotros y que porque todos tenemos una historia que contar.
En días pasados en el semáforo de la 29 nos encontramos con un payaso y me preguntaba ¿que habrá detrás de esa careta de pintura? Y espere que terminara su función para que me contara de su vida y me encontré con un tulueño que creció en la calle, me contó que allí aprendió la vida con el único estudio de primaria, conoció la manera más segura de atravesar la cuerda floja tendida sobre el espacio, adquirió la agilidad del malabarista y sobre todo aprendió a sacar sonrisa a las personas que pasaban por allí y sin tener la suerte de tener una familia que le ayudaran, siguió con la única manera de salir adelante. De esto hace muchos años y desde entonces ha caminado de pueblo en pueblo sin conseguir lo que buscaba pero, le cuento que me queda una satisfacción y es hacer sonreír a las personas que llegan por los semáforos y recibir de ellos y sobre todo de los niños un cariñito que me sirve para alimentarme. Luis, prosigue su historia. Cuando estaba lejos quería más a mi pueblo, recuerdo que cuando llegaba un circo a Tuluá me llenaba de nostalgia, pues me acercaba con la ilusión de que me dieran una chambita, pero siempre me contestaban lo mismo, que no había espacio para tanta gente.
Entonces me conforme con llegar a los semáforos todos los días y hoy más que bien consigo la comidita. Siempre he dicho que la vida es un circo y cada uno de nosotros tenemos algo de payasos, porque aunque por dentro nos estemos muriendo de dolor. Siempre mostraremos una sonrisa para dejar contento a los demás