Lo que sucedió en días pasados con un Senador de la República, que creó tremendo escándalo bajo los efectos del alcohol, es solo la punta del iceberg de una realidad que tiene nuestro país y al que debemos poner un máximo de cuidado y es el tema de alcoholismo.
En nuestro país todo lo celebramos con el licor: bautizos, primeras comuniones, matrimonios, quince años, día de la madre, día del amor y amistad, navidad, año nuevo, por despecho, incluso en ceremonias exequiales, en fin, somos un país donde el alcohol está presente en todas las circunstancias de nuestra vida.
Lo grave del tema es que está legalizado y que nos permite aceptarlo de manera radical conociendo claramente los efectos que trae consigo.
Por culpa del licor existen cientos de problemas tales como violencia intrafamiliar, accidentes de tránsito que, a pesar de las penas que se incrementan por conducir bajo los efectos del alcohol, se siguen presentando en cada fin de semana donde cientos de borrachos son sancionados por la ley.
Lo más grave de todo esto, es como lo dice el doctor Mauro Torres en su obra “Los descendientes de los bebedores”, que aquellos que son consumidores de alcohol pueden transmitir a sus descendientes, es decir a sus hijos, más de 60 enfermedades tales como alcoholismo, drogadicción, vandalismo, etc., creando así un círculo vicioso que nos lleva a continuar con esta nefasta costumbre de seguir bebiendo por cualquier cosa.
Aunque algunos dirán que, gracias al impuesto del alcohol, se financian programas de salud y educación en el país, es evidente que son más los problemas que causa el consumo desmedido del alcohol, que las ganancias por impuestos se puedan recibir y que dejamos una herencia muy nefasta a nuestros hijos al enseñarles que para disfrutar de una buena fiesta es necesario estar borracho. Es importante que aprendamos a vivir de manera sobria y entender, de una vez por todas, que para ser feliz no se necesita consumir alcohol.