Horas después de conocidas las cifras de la tragedia del Patio 8 del Centro Penitenciario de Mediana Seguridad de Tuluá y con el dolor latente de familiares, muchos fueron los anuncios de diferentes autoridades con respecto a lo acontecido y las decisiones que se tomarían.
Pero este triste hecho, esa tragedia, de la que esperamos el paso del tiempo no desacelere las respectivas investigaciones, dejó una realidad palpable al calor de no pocas reacciones a través de redes sociales: la indolencia de muchos ciudadanos que, a través de sus propios perfiles o de algunos falsos, demostraron con sus opiniones la falta de compasión que sienten hacia sus semejantes.
Esa crueldad en los comentarios es fiel reflejo de lo que hay dentro de esos corazones. Por eso brotan esas palabras, ya sea a través de sus bocas, o al expresar de manera escrita sus comentarios en las distintas publicaciones de medios de comunicación en redes sociales. Con toda razón y certeza dice la Escritura: “de lo profundo del corazón habla la boca. Al hombre no lo mancha lo que entra por su boca sino lo que sale o brota de ella”, (Mateo 15: 18 – 19).
Pues bien. Muchos de esos comentarios con frases despectivas, crueles, secas, hirientes y todos esos calificativos despreciativos como, “no se ha perdido nada”, o “ellos se lo buscaron”, para hacer referencia a las víctimas del tristemente célebre Patio 8, que, refleja que como sociedad adolecemos de un elemento fundamental para que sanemos nuestros corazones: el perdón.
¿Quiénes somos nosotros para juzgar a otra ser humano?, ¿qué autoridad tenemos para lapidarlo socialmente?
Claro que se siente rabia con las injusticias que a diario se cometen en nuestro país, con la impunidad y todo lo que rodea muchas situaciones y, si bien es cierto, muchas de las personas que murieron o resultaron heridas en esa tragedia no eran precisamente unos angelitos, tampoco podemos descarnadamente alegrarnos por lo que sucedió y mucho menos ser indolentes con sus familiares y seres queridos. Debemos respetar el dolor ajeno. Guardarnos nuestros comentarios si lo que vamos a expresar no aporta nada, sino que antes por el contrario sirve para ahondar heridas y resentimientos.
¡Perdonemos, el perdón sana nuestros propios corazones!