La parábola del hijo pródigo, que nos presenta la liturgia de la palabra en este cuarto domingo de cuaresma, nos muestra varios elementos bien interesantes que nos pueden ayudar a crecer en nuestra vida de fe y de encuentro con Dios y con nuestros hermanos.
En primer lugar, en muchas ocasiones creemos que podemos hacer las cosas solos, que no necesitamos de Dios y que sin él podemos salir adelante.
Eso creyó el hijo que tomó sus bienes y se fue de su casa, seguro que no quería que nadie le diera órdenes, seguro que pensó que su padre jodía mucho la vida y que él podía hacer lo que le daba la gana porque ya estaba muy grande, que nadie le podía ayudar en su proceso de crecimiento con un consejo a tiempo o con una orientación adecuada.
En segundo lugar, este hijo, tiene la posibilidad de reconocer su error y volver a la casa de su padre, siente la necesidad de su amor, de compañía, de su consejo, reconoce que él no es capaz de hacer las cosas solo y que necesita de ese padre que lo ama. Así, decide volver a su casa. Sin embargo, al regresar, ese hijo, que se había gastado toda la herencia, que lo había perdido todo, encuentra una respuesta amorosa de su padre, no lo recibe a punto de patadas, sino que los recibe con amor, con ternura, con un abrazo y una fiesta.
Así mismo, nos pasa a nosotros, queremos dejar a un lado a Dios, no queremos saber nada de él, creemos que todo lo podemos hacer solos y por eso nos apartamos de él. Sin embargo, en este tiempo de cuaresma Dios nos da la oportunidad de volver a él de acercarnos a él de verdad.
Y encontraremos un Dios que es un padre misericordioso, que no nos juzga, que no nos regaña, sino que por el contrario nos perdona y hace una gran fiesta en el cielo porque nos hemos acercado a él.
Qué bueno fuera que aprovecháramos al máximo esta oportunidad que nos da el Señor a través de su Iglesia. A través del sacramento de la reconciliación él siempre está dispuesto a perdonarnos y a darnos una nueva oportunidad para salir adelante, para reconciliarnos con Dios y con nuestros hermanos seguros de que allí, en este sacramento, Dios perdona todos nuestros pecados e iniciaremos así una vida nueva, muriendo al pecado y resucitando con él a una vida nueva.