Ese momento era único y él lo sabía, pues se atalajaba el uniforme y como si fuera flotando sobre su caballito de acero saludaba a la parcial que se ubicaba a lado y lado de la vía.
La escena se repitió año tras año hasta que cansado de enrollar cadenas e ir de un lado a otro acompañado de su amiga la bicicleta decidió refugiarse en Tuluá, la tierra que acogió a su familia proveniente de Buga y de la que se enamoró, a tal punto que decía ser tan tulueño como el cerro mismo de El Picacho.
DATO: El deportista había nacido en Buga el 5 de septiembre de 1945 y corrió con 10 escuadras de ciclismo del país.
Aunque se fue de las competencias oficiales, nunca dejó de montar y hasta que las fuerzas se lo permitieron recorrió las vías de la región y eran pocos los que se atrevían a seguirle el paso pues mantenía el vigor, la potencia y la velocidad en sus piernas que llevaron a un narrador colombiano a endosarle el remoquete de la “Bala Colombiana” con el que recorrió a Colombia y le alcanzó para vestir los colores patrios en los Juegos Pana-mericanos, campeonatos del mundo y Juegos Olímpicos.
Aunque tocó el cielo y alcanzó la máxima gloria, nunca perdió la humildad y por eso siguió atendiendo a sus amigos en su bicicletería de la carrera 30 y se recuerdan con gracia sus apuntes en la cancha de tejo, otro de los deportes que lo apasionaba tanto como las bielas.
El pasado jueves en la mañana sus familiares, amigos cercanos y los que le conocieron, espon-táneamente le hicieron una calle de honor y a pedalazos lo llevaron hasta su última morada.
Luis H. Díaz se fue entre aplausos así como cuando pasaba victorioso por la meta volante del Gimnasio del Pacífico.