Por Gustavo Álvarez Gardeazábal
Los 50 años de El Tabloide me hacen pensar que mi trajinar literario y político ha tenido este semanario como testigo, algunas veces ático, otras habilidosamente vestido de actor de reparto.
Ya había yo publicado CÓNDORES tres años antes, cuando apareció El Tabloide. La ciudad estaba huérfana de semanarios desde cuando se fueron despareciendo El Mercurio y agonizaba La Esfera. Yo publicaba mis columnas en los diarios de Cali por lo que me sentía de alguna manera parte de esa orfandad tulueña.
Pero no fue sino que acelerara este desboque de vida que me ha llevado a vivir tanto, tan intensamente y desde tan temprana edad, para que El Tabloide surgiera como sombra de mi actuación pública o como balcón de mis atrevimientos.
Distancias ideológicas, cercanías inevitables
Cuando hice parte del Movimiento Cívico de Cali en 1978 y fui atrevido concejal de la capital del Valle y después aguerrido diputado en la Asamblea Departamental, el eco de este semanario fue poco. Su fundador y propietario no coincidía conmigo en muchas cosas y tomó distancia sobre mis actos, la que fue aumentando al desarrollar mi estruendosa y muy novedosa campaña para llegar a ser alcalde en 1988. Pero como vilmente lo asesinaron en aquél fatídico año de 1989 y las diferencias no podían existir cuando lo que se pedía era apoyo solidario a su viuda, que se encargó atrevidamente de la dirección y la gerencia, mis nexos se fueron invirtiendo y con el paso de los años he colaborado de una u otra manera con mis escritos, mis consejos y mis regaños.
En sus páginas entonces han quedado registrados todos los episodios que con el paso del tiempo me sirvieron para construir mi labor hereje como alcalde, como gobernador, como novelista y hasta como escritor fantasma cuando desde la cárcel me publicaban mis columnas firmadas por Marcianita Barona.
Viéndolo en retrospectiva han sido, con el paso de los años, sus titulares, sus fotografías y sus comentarios de mi accionar los que sirvieron de marco para constituir lo que ya mis críticos y biógrafos llaman la Era Gardeazábal.
Pero ha sido durante todo este tiempo cuando he fortalecido pública y privadamente mi amistad con doña Nilsa López de Espejo, quien contra viento y marea ha sostenido este semanario. Fue por este medio que convoqué a los tulueños a que realizáramos una y otra vez el Festival de las Comidas ocupando toda la carrera 28 desde el puente del Juan María hasta el Puente Negro. Fue aquí, en este semanario, donde le rendí homenaje a personajes de tanta valía en el terruño como María La Chapeta, aportando con mis decires a crecer el mito de la cocina de la orilla del rio Tuluá.
Campañas conjuntas
Pero también fue alrededor de El Tabloide desde donde irradié la agresiva campaña para conseguir vender la idea de gestar una aceleración del comercio y lograr quitarnos de encima el sanbenito de que no podíamos ser ciudad porque no teníamos las industrias que se habían montado en Buga. La campaña para que todas las bolsas contramarcadas de los almacenes llevaran el inolvidable “Comprado en Tuluá” , la tomó como suya el semanario y los resultados todavía se están viendo.
Coincidir en objetivos y pareceres entre la familia Espejo y mi siempre atronadora manera de romper lo establecido, no ha sido constante en mi relación con este medio.
Pero como siempre pregoné a propios y extraños, a políticos y empresarios que se asomaban a Tuluá a exponer sus ideas o invertir en su progreso, que lo que no saliera en El Tabloide, no había existido ni para los tulueños ni para su historia, mi nutrido anecdotario y mis siempre esterotipadas ocurrencias y convocatorias terminaron siendo historia de Tuluá porque aquí se registraron.
De elefantes, tanques y neumáticos
Hay momentos memorables. El día de mi posesión como el primer alcalde de Tuluá el 1 de junio de 1988, cuando a las 8 y 10 minutos de la mañana, habiendo salido juramentado del despacho del Juez Felipe Borda, me vine caminando por la carrera 25 acompañado por el popular Ferney Pecueca, el guardaespaldas sin revólver a quien Taponcho había vestido con un traje más fino que el que yo estrené; ese día, es una fotografía que se enmarcó no solo en mi memoria y en las de los miles de seguidores que comandaba sino en la historia de un pueblo que a más de gobernarlo y de ayudarlo a salir adelante lo dirigí inolvidablemente en dos períodos diferentes.
Igual sucedió con la estupenda fotografía cuando recorrí a Tuluá montado en un elefante del circo Gasca y seguido por los otros mastodontes que habían llegado a la ciudad a captar un público esquivo. O cuando las cosas se pusieron malucas y la violencia se volvió pan diario y a más de buscar el diálogo con los capos le pedí al general Bonnet que me mandara unos cuantos tanques cascabel para recorrer de arriba abajo la geografía tulueña. Entonces hice lo de Yeltsin y me monté en un tanque de esos para que a Tuluá no se le olvidara.
Empero hoy, cuando me han pedido que recuerde los elementos constitutivos de la Era Gardeazábal paralelos a los 50 años de El Tabloide, quiero traer a mi memoria las estupendas fotografías que me tomaron cuando me trepaba en un neumático por las aguas del río Tuluá y reunía a lado y lado del caudal terrígeno, desde el puente de la Variante hasta el de Aguaclara a los miles y miles de tulueños que no sabían si aplaudir a Gardeazábal o fijarme para siempre en sus memorias. Tal vez porque El Tabloide lo logró, hoy puedo recordarlo con emoción.